jueves, 5 de mayo de 2022

EL TRANSPORTE


Cuando comencé a estudiar en la Escuela Industrial No 6, no pensé que el camino para llegar a ella fuese tan misterioso.

Esa mañana de invierno, el transporte pasó a buscarme puntualmente y al subir y saludar, nadie me respondió, sólo me miraban con ojos profundos y oscuros.

Al llegar a la altura del Aeropuerto, por la Ruta 3, nos internamos en el camino de tierra que nos llevaba hacia la Base Aérea Militar, donde estaba erguido el colegio, en medio de una fría soledad.

La sensación de que estaba solo en esa tráfic, me invadía a cada segundo. Pude oír el murmullo de esas extrañas personas con las que compartía el viaje.

Llegando a una elevada pendiente, el transporte doblaba a la izquierda debido a un desvío, pasaba por un control militar y luego retomaba el antiguo camino.

Antes de comenzar a subir la pendiente, el transportista dijo:

—Chicos, hoy es el día.

Súbitamente sentí un temor que comenzó a apoderarse de mí, pero no tuve tiempo ni a respirar.

Luego de subir esa pendiente, nos encontramos con la barricada, pero en vez de girar a la izquierda, el transportista aceleró aún más y lo cruzamos. No entendí nada: debimos haber chocado. Entonces noté que el transporte parecía ser otro. Los chicos parecían ser otros. Y yo parecía ser otro...

Miré por la ventanilla y vi un cielo totalmente negro y nieve por doquier. Un típico escenario de Río Gallegos, donde las mañanas son tan oscuras como las noches. Sentía que algo andaba mal y no me animaba a hablar. A mi derecha, la luna llena reflejaba su fulgor en el río, calmo, frío...

—Hoy es el día, chicos –repitió el transportista—. ¿De quién es el turno?

Las miradas se desviaron hacia un alumno que estaba delante de mí. Este chico pareció sonreír como disfrutando el momento.

El transporte frenó, uno de los chicos abrió la puerta y comenzaron a bajar uno tras otro. Cuando ya no quedaba más que yo y el transportista, él volteó y me dijo que bajara para observar.

La camioneta arrancó, se alejó, dio la vuelta para colocarse de frente a nosotros, formados uno al lado del otro, mientras el alumno que había sido observado por sus compañeros se sentó en medio de la calle de tierra.

—¿Qué están haciendo? –pregunté. Pero nadie me respondió. El transporte arrancó acercándose a gran velocidad y nadie hacía nada—. ¡Sáquenlo del camino! –grité.

Pero nadie se movió. Intenté interponerme pero el resto me sostuvo y me tiraron al piso. El transporte siguió acercándose y uno de ellos me dijo, susurrando:

—Hoy celebramos su iniciación.

No quité la vista del chico que estaba sentado en la calle, ni siquiera cuando el transporte le pasó por encima, arrastrando su cuerpo hasta que frenó.

En ese momento me soltaron y todos fueron hacia el cadáver. De pronto comenzó a nevar y logré observar que el muchacho que había sido atropellado se levantó como si nada.

Pronto el transporte nos cargó a todos. El chico, con movimientos lentos y con una sonrisa de alma muerta, subió a la tráfic mientras era aplaudido y felicitado por todos.

Continuamos el viaje hacia el colegio en silencio. Me arrinconé en mi asiento y me negaba a bajar, pero entre varios me tomaron de los brazos y me sacaron.

Durante la mañana, no me podía concentrar y en los recreos me sentía perseguido. No sabía diferenciar quiénes eran como yo y quienes eran como aquellos. Algunos profesores actuaban de manera extraña y muchas veces miraba hacia atrás y notaba que todos tenían los ojos clavados en mí.

—A todos nos toca, amigo. A todos –me dijo una chica que pasó a mi lado.



Debo reconocer que es impresionante y muy difícil de explicar la sensación de ver que el transporte viene hacia ti y que, luego de atropellarte, al fin sentís la paz y kilos de mugre se separan de tu cuerpo mortal.



(Publicado en el libro "Ruinas del alma", 2010. Relato ganador del Primer Premio del Certamen Literario “Estímulo a las Letras”, 2008)


No hay comentarios:

Publicar un comentario